Claustros de luz
Silencio, luz, equilibrio, el tiempo condensado en las manos. O, como decía en uno de sus versos el poeta Paul Celan, la mano llena de horas. Todo transcurre bajo la bóveda, o claustro resguardado, invulnerable, aislado, del taller de un artista. O del estudio o cuarto secreto del poeta, en el que las horas igualmente se estiran, se encogen y se eternizan, a su manera, en la ingravidez leve y tenaz de la búsqueda, del esfuerzo que no conoce descanso. De esa persistencia que gira, una y otra vez, en torno al círculo mágico e inseparable de la vida compuesto de lucha y afán, método y hallazgo, experimentación e inspiración, creación y felicidad, soledad y necesidad de los otros: de ese ojo que, finalmente, a expensas del tiempo, a expensas de cualquier otra ocupación que no sea la pura contemplación artística, ve, recibe, absorbe y dialoga con la obra creada.
Una obra, como la que se produce en el claustro o taller de Michel Desfeux, inspirada, por encima de todo, en la idea más genuina de libertad, dentro del arte de nuestros días o, si se prefiere, dentro del arte de todos los tiempos, géneros y espacios, habidos y por haber, a lo largo de la Historia. Objetos libres y totalmente gratuitos, tanto a la hora de ser útiles, a la hora de gustar o no, como a la hora de encarnar un determinado tipo de material, el trabajo -fascinante, sensual, lúdico, lleno de emoción, de enigmática y perturbadora belleza- producido por Michel Desfeux, tiene un origen que, en sí, encarna la mas pura radicalidad y libertad deseable para toda obra de arte. Esa radicalidad anti-consumista se ve representada en su caso en hermosos y cautivadores objetos creados a base de cartón, de recuperación, de aprovechamiento gratuito y azaroso de recursos.
Para hablar de la obra radicalmente original y libre de Michel Desfeux, de sus inclasificables y sugerentes trabajos construidos sobre soporte cilíndrico en cartón, mitad esculturas, mitad pinturas, hay que hablar -como en el caso del narrador contemporáneo G. W. Sebald, que bebió y se inspiró en todas las formas y géneros literarios posibles- de la yuxtaposición, simultánea y perfectamente integrada, de varias ramas o disciplinas del arte contemporáneo a las que se puede añadir también la arquitectura.
Por un lado, estaría la escultura, quizá lo más evidente a los ojos del que contempla, ya que se trata de objetos construidos en tres dimensiones. Algunos de ellos, por otro lado, se presentan en peonas en medio del espacio. Concebidos en función del movimiento o movimientos que el espectador vaya desarrollando mientras contempla, son visibles a través de su desplazamiento, dialogando y siendo re-creados, palmo a palmo, con él.
En un segundo lugar, no menos esencial en la concepción de estas obras de Michel Desfeux, la pintura, la incontestable seducción y armonía de colores y formas que contienen los fragmentos pintados de estos cilindros, adquiere por supuesto un gran protagonismo. Algo, por otro lado, una vez más, indivisible dentro del carácter interno y del contenido simbólico de estas piezas de género mixto, que hacen pensar en la frase de Nietzsche: «Eso que los no-artistas llaman formas, el artista lo experimenta como contenido, como la cosa, en ella misma».
Por último, no se puede prescindir del hecho de que un cierto tipo de arquitectura, de estructura específica sostiene cada una de estas obras. Se trata de piezas compuestas por una multitud de trozos dependientes los unos de los otros y organizados de tal manera que cada cual participa en la expresión y en la unidad final del conjunto, del mismo modo que son necesarios los actores en el teatro o los músicos en una orquesta para la ejecución y necesaria comprensión de la obra expuesta y representada. Algo, de nuevo, en absoluto gratuito en la concepción de estos admirables y singulares trabajos de Michel Desfeux, ya que una música interna, callada, inexpresable, igualmente respira y fluye a través de cada pieza observada. Una música envolvente y delicada que transmite la armonía, las disonancias, los ritmos, los silencios, la melodía y, en suma, el acompañamiento acumulados posiblemente durante la gestación de la obra.
César Antonio Molina
Escritor
Ex Ministro de Cultura
Madrid, marzo de 2011